Historia de mis motos. Vespa PK 125


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La historia de mis motos es en realidad la historia de mi vida contada de otra forma. Hay quien escribe su biografía de modo cronológico, yo la escribo a golpe de recuerdo vinculado a cada moto que he tenido o usado. La Vespa 125 de la fotografía, tomada del libro Un millón de piedras, me recuerda el acontecimiento que viví en África y que cambiaría mi vida por completo. Sufrí allí un grave accidente y tanto la persona que me ayudó como las decisiones que tomaría a partir de ese momento supondrían el cambio transcendental que me llevó en viaje solo de ida de oficinista a aventurero.

Un millón de piedras es mi primer libro de viajes, y probablemente el mejor. Narra un recorrido que hice en 2009 desde Kenia a Ciudad del Cabo y desde ahí a Maputo. Fue una aventura iniciática ya que nunca había estado antes en África y yo recién salía de un registro de la propiedad. Trastocó mi vida por completo. Me pasó de todo y casi todo fue surrealista. El libro comienza con una escena en una furgoneta. Un tipo llamado Rydall me lleva al hospital porque he tenido un accidente.

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«La furgoneta engulle con angustiosa calma la N2, carretera que une Ciudad del Cabo con Durban. El horizonte resplandece con esa luz hiriente de las primeras horas del atardecer. Envuelta en una bruma opalina, surge aquí y allá una costa abrupta, irregular, hostil a los seres humanos y las embarcaciones. Los primeros marinos que doblaron el cono sur africano a finales del siglo XV encontraron dos océanos en perpetua pelea de espuma y rocas. Lo llamaron Cabo de las Tormentas (…)

 Rydall enciende un cigarrillo mientras vigila las motocicletas por el retrovisor. Las dos BMW atadas al remolque traquetean nerviosas con cada bache. Saco el teléfono móvil. Aún funciona a pesar del golpe sufrido. Marco el número de asistencia en el extranjero de una compañía de seguros española. Al tercer timbrazo contesta una teleoperadora a más de veinte mil kilómetros de distancia. Su voz suena extraña, irreal, como si procediera del regusto postrero de una pesadilla de la que uno sospecha que pronto despertará. Pero yo no estoy durmiendo, me lo impide el agudo dolor va acentuándose cada minuto que pasa, cada kilómetro de los cuatrocientos cincuenta que aún me faltan para llegar a un hospital.

—He tenido un accidente de moto en Sudáfrica—gruño—. Estoy sangrando y creo que me he roto un tobillo.»

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Tras el accidente permanecí en el arcén sin que nadie me ayudase durante quince minutos. En Sudáfrica se fingen accidentes para asaltar a los buenos samaritanos, así que los conductores pasaron de largo, hasta que pasó Rydall, un buen hombre, un tipo grande, blanco de clase trabajadora, transportista que hacía la ruta Ciudad del Cabo-Port Elizabeth para alimentar a su familia. Familia que me acogió mientras me recuperé durante una semana de mis lesiones y decidí contra todo consejo razonable seguir mi viaje curándome yo mismo las heridas. El seguro, la razón y mis familiares insistían en la repatriación. Pero elegí continuar aquella aventura a pesar de que no había nadie siguiéndome ni tenía compromiso con televisión o periódico alguno. Lo hice por mí, porque quise ser el aventurero con el que soñaba de niño.

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Decidí empezar el libro con el accidente como golpe de efecto narrativo y luego ir contando los acontecimientos en pasado hasta alcanzar el instante en que choco contra el guarda rail para luego continuar el relato en presente hasta mi regreso a España. Pensé que era un recurso literario eficaz. Pero en realidad y de modo inconsciente no hice más que colocar los acontecimientos por orden de importancia. Hoy, años después, sé que aquella decisión marcó mi vida porque si hubiera regresado a España con el rabo entre las piernas no habría vuelto a salir de viaje de aventura y no me habría convertido en lo que soy ahora. Insistir hasta cruzar media África del sur a pesar de la fractura y las erosiones me convenció de que yo era capaz de cualquier cosa que me propusiera. Por eso estoy aquí ahora escribiendo esto. Por eso, y por la providencial aparición de Rydall.

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No solo intervino para salvarme el culo en aquella carretera, sino que su mujer, Megan, fue quien buscó meses después el barco que me trajese a la Princesa BMW R 80 GS hasta España. De modo que yo tenía una enorme deuda con ellos. Tuve la fortuna de poder saldarla, como cuento en las páginas finales de Un millón de piedras, y es ahí donde interviene la Vespa 125, que había comprado en Madrid de 2ª mano porque siempre me gustaron las vespas y quise regalarle una a mi novia de entonces, y de paso poder usarla yo.

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 «A veces es África la que vuelve a uno. Pocos meses después de abandonar Bamako me encontraba en el aeropuerto de Barajas esperando la llegada de un vuelo procedente de Johannesburgo. Tras las cristaleras vi la alta figura de mi amigo Rydall empujando un carrito de equipajes, a su lado caminaba Megan, su mujer. Llevaban el sueño y la curiosidad reflejado en sus rostros. Nos dimos un fuerte abrazo y caminamos hacia el frío exterior. (…)

Rydall y Megan miraban con ojos admirados la realidad de un país europeo. Lo que más agradaba a mi grandote amigo era poder ir desarmado sin temor a un asalto. Y aunque yo le aseguraba que Madrid era una ciudad peligrosa donde se cometen robos y asesinatos, él me miraba como si pensara que le estaba tomando el pelo. No temía a los ladrones (al ver su tamaño, probablemente los ladrones lo temieran a él). Pero lo que sí le intimidaba era el tráfico. Yo les había dejado una vespa 125 para moverse por la ciudad. Rydall la bautizó inmediatamente con el nombre de Toro, que él pronunciaba muy efusivamente en la primera sílaba. La primera vez que la cogió, regresó con un susto mayúsculo. No entendía cómo no se producían cien, mil accidentes cada día en nuestras calles teniendo en cuenta el caótico modo de conducir de los madrileños. “Van por donde quieren”, decía. Y yo le daba la razón mientras le tendía otra bandeja de montaditos. “Dios nos protege, macho”, sentencié resignado, “pero hay tantos asesinos que se creen buenos que da pavor pensarlo”.»

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Aquellas fueron las mejores vacaciones que mis amigos sudafricanos pudieron tener. Gracias a esa Vespa se movieron con libertad por una ciudad extraordinaria que conocieron sin el miedo de mirar siempre quien camina detrás de ti. La historia de mis motos no es más que la historia de mi propia vida. Aquella Vespa 125 la compré para regalársela a la novia que tenía entonces, y a quien dediqué Un millón de piedras. La acabaron robando porque al ladrón también debían de gustarle las vespas. Tengo pocas fotos de aquel scooter que usé algunas veces para callejear por Madrid, pero las que he encontrado me han traído estos recuerdos que he querido compartir contigo.

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Esta es el vídeo de aquel accidente y de las decisiones que tomé

 

 

 

 

 

 

Categorías: Historia de las motos de Miquel Silvestre, pruebas de motos | 5 comentarios

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5 pensamientos en “Historia de mis motos. Vespa PK 125

  1. Hola Miguel!! Me encanta tu blog, tus libros, tus programas y tus motos 😉. Un fuerte abrazo y fuerza para que sigas mostrándonos tus aventuras y dándonos tanta vida.

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  2. Anónimo

    Casualmente ayer pregunte en una libreria aqui en gijon por el libro de un millon de piedras y me dijo que eso ya estaba descatalogado. Lo curioso es que la mujer me dijo la palabra eso y que conocía al autor, me dijo si el libro de silvestre esta descatalogado. En fin…

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